domingo, 11 de septiembre de 2011

Ficciones?



El pequeño cuarto de la sala de guardias era casi por completo de un color crema opaco, tenía aspecto a viejo y olía a enjuague bucal. Mariela se encontraba rendida sobre el escritorio, también color crema sucio, castañeando las uñas sobre una pila de apuntes de Toxicología que hacía buen rato había dejado de leer.


Sus rulos castaños se amalgamaban sobre los hombros y dejaban al descubierto una pálida nuca. Llevaba prendidos sólo la mitad de los botones del ambo y miraba pacientemente cómo avanzaba la aguja segundera del reloj gris que pendía de la pared. Pronto serían las cuatro de la mañana, era sábado y Mariela sintió profundas ganas de estar en el bar con sus amigos: se aburría.

De pronto, el enfermero ingresó llevando del brazo a un joven al que sentó en la camilla negra frente al escritorio, dejó algunos papeles junto a él y se retiró en silencio. Se balanceaba sobre sí mismo y tenía la mirada perdida, Mariela se apresuró a examinarlo.

-Tranquilo…-la voz de la joven se tornó maternal mientras pensaba que el chico debería tener aproximadamente su edad-, ¿Podés recordar qué tomaste?

Leyó rápidamente el informe que dejó el enfermero: Emir. 22 años. Consumo de ácido lisérgico sublingual.

-No…Bueno, sí: pepa, creo – hablaba entrecortado y miraba nerviosamente a su alrededor, intentando concentrarse en la realidad que lo rodeaba.

Emir llevaba una remera negra de algodón y unos pantalones cuadrillé marrones algo percudidos. La médica se acercó para inspeccionar sus ojos: tenía las pupilas extremadamente dilatadas y apenas dejaban ver el color verde del iris, “pero no es nada grave”, reflexionó.

-¿Hace cuánto la tomaste, te acordás? – Mariela le hablaba con tono adulto, mientras preparaba un suero con solución fisiológica, como se suele utilizar con los pacientes que se intoxican con ácidos o alcohol.- Emir, ¿me estás escuchando?

-Eh…sí, escucho. Bueno, no sé, hará hace…dos horas en la casa de Gonzalo – Sonrió mientras hablaba. Sabía, en su mente cargada de incoherencias, que el dato del lugar donde la consumió era irrelevante para la médica.- Él me trajo…creo.

-Hace dos horas…Ah, pero entonces ¡estás en pleno viaje! – La joven enrojeció parcialmente al notar que había pensado en voz alta, pero la noche había sido bastante aburrida y realmente tenía curiosidad: - Contame, ¿qué ves?

El pinchazo del suero había hecho reaccionar súbitamente a Emir, que pronto se sentó rígido y contempló por primera vez el tatuaje de una calavera en llamas que se asomaba desde el incipiente escote de la médica.

-Primero, nada…estaba bien. –Comenzó a decir el chico, que por momentos gozaba de una estupenda lucidez- No sé, supongo que me reía mucho al principio y después me perseguí. Sentí que las imágenes se mezclaban y la música se volvía colores. Me debo haber desmayado o algo así, porque no me acuerdo más nada… Y ahora, estoy acá.

Mariela lo escuchaba atentamente mientras se sentaba sobre el escritorio. La aparición del paciente intoxicado había sido lo más emocionante de la jornada. Además, Emir le caía bien.

-Y ahora –subrayó con énfasis la palabra “ahora”-, ¿Qué sentís, seguís viendo colores?

-No, ya no -repuso el joven de inmediato. Sus pupilas recobraron levemente el grosor-. Aunque, vi moverse las llamas de tu tatuaje, ponele. Es muy confuso de explicar…

-¡Qué buena onda! – asintió con la cabeza, algo exaltada. Pronto recordó que era la profesional en la sala - Mirá, te voy a recetar una pastilla que se llama Alplax, tenés que tomar un miligramo hoy mismo si no te podés dormir. Pero antes, vas a tener que hacer algo por mí…

Emir abrió excesivamente sus ojos, estaba conciente pero algo confuso: se preguntó qué podía pedirle aquella médica, ¿Le avisaría a la policía? Después de todo, lo que consumió era ilegal. Aunque en realidad la encontraba muy simpática y además era joven, como él. No, no debía ser eso, se repitió mentalmente.

La clínica, que estaba realizando sus últimas prácticas profesionales, se arriesgó:

-¿No te sobró nada? –Miró fijo al chico, que parecía asustado y comenzaba a titubear-. ¿Te quedó algo encima? No te preocupes, que si me das lo que te sobre, no voy a decir nada.


-Eh…sí –su voz se tornó tímida y señaló su bolsillo-, creo que tengo un cuartito más…

Antes de que Emir pudiese terminar de hablar, Mariela introdujo velozmente la mano en el lugar indicado por el chico. Observó a trasluz el sobre de nylon que contenía el diminuto cartón blancuzco, lo sacó y luego lo colocó debajo de su lengua.
Vio que el joven sonrió y le devolvió la sonrisa. De inmediato le quitó el suero suavemente, con exagerada amabilidad y se sentó nuevamente detrás del escritorio.

-Ahora, andá – le estiró la receta médica mientras lo veía caminar con paso tambaleante, pero lleno de dignidad-, en dos horas vas a estar fresco. Acordate, sólo un miligramo de Alplax si no te podés dormir.

El joven le dio las gracias reiteradas veces y cerró de un portazo el consultorio. Dos horas después, Mariela vio cómo trazos de color violeta y rojo emergían de las paredes cuarto sin previo aviso. Se sintió profundamente feliz.